28 de agosto de 2025
Autor:
Emilio Gracia
Burlar la vigilancia de recios centrales de codos afilados en busca de un balón centrado por Michel o Gordillo, rematar de manera espectacular y dar una acrobática voltereta, antes de elevar los brazos en un ángulo de noventa grados con los puños cerrados para celebrar el gol. Ese era el modus operandi habitual del mexicano Hugo Sánchez Márquez, uno de los mejores delanteros de la historia. Su inteligencia para el desmarque era inversamente proporcional a su capacidad para el remate y hacían de él un delantero de eficacia probada. Lo tenía todo para triunfar en el mundo del fútbol y triunfó a lo grande.
De Hugo Sánchez hay que destacar en primer lugar su destacada confianza en sí mismo y en sus posibilidades, así como su deseo por mejorar a base de repeticiones en los entrenamientos. Fue el Cristiano Ronaldo de su época por su voracidad de cara al gol y ganas de ganar y mejorar. Jamás le quemó el balón ni la responsabilidad. Disfrutaba en ambientes cargados y ante defensas leñeros. No se asustaba y devolvía lo que recibía. Y recibía mucho. Tanto recibía que jugaba con doble espinillera en cada pierna, una para proteger la tibia y el peroné, y otra para proteger los gemelos. Mejor prevenir que curar.
El manito, dicen los que le conocieron, no tenía un carácter fácil. Su ego era tan grande como su facilidad para golear. Se sabía el mejor y quería ser tratado como tal. Sin esa confianza en sus propias posibilidades quizás no hubiese llegado a ser lo que fue: el más voraz y temido rematador de su generación.
Tras comenzar su carrera como extremo izquierdo en los Pumas de la UNAM y llenar los ojos de los aficionados mexicanos con goles imposibles (106 en total), fichó por el Atlético de Madrid en el verano de 1981. Antes, durante los parones de la liga mexicana, firmaba suculentos contratos con San Diego Sockers de la NASL, la liga profesional norteamericana. En la UNAM, además de jugar al fútbol, se licenció odontología.
Luis Aragonés le sacó de la banda para colocarle de delantero centro y fue un no parar. Sus inicios de rojiblanco no fueron sencillos, pues tardó en cuajar y soportó, de sus propios aficionados, todo tipo de insultos e improperios. Pero su sed de triunfo era más fuerte que las dificultades que se interpusieron en su camino.
Su explosión llegó en la temporada 1983-1984: pichichi de la Liga con 21 goles y campeón de la Copa del Rey en el Santiago Bernabéu metiendo los dos goles que tumbaron al Athletic de Bilbao de Javier Clemente. Ese verano y en una operación rocambolesca que implicó un traspaso puente al Pumas mexicano, Ramón Mendoza se lo llevó a Chamartín por 245 millones de pesetas junto a Gordillo y Maceda para apuntalar un equipo legendario. Hugo encajó como un guante en el Real Madrid de la Quinta del Buitre. Con Emilio Butragueño formó una pareja demoledora. Además de golear jugaba con precisión al primer toque, desatascando pobladas defensas a base de paredes fulminantes como el que se toma un tequila un sábado por la noche.
Pese a ser un 9 puro Hugo no era un delantero estático de los que esperaban el centro. Más bien pululaba por todo el frente del ataque en busca del momento adecuado para atacar el envío que iba a terminar en gol. Eso hacía de él un jugador indescifrable y muy difícil de marcar, pues daba la impresión de que se alejaba de la jugada para, de repente, aparecer como una exhalación en el lugar adecuado.
De blanco logró 4 pichichis, 1 bota de oro, 5 Ligas seguidas, 1 Copa de la UEFA, 1 Copa del Rey y 3 Supercopas de España. Le faltó la guinda de la Copa de Europa que rozó con las yemas de los dedos en las temporadas 1986-1987 y la 1987-1988. La grandeza de aquel equipo de la icónica camiseta Hummel era tal que no les hizo falta ganar la orejona para que escribiesen uno de los capítulos más brillantes y recordados de la historia del club. Para que luego digan que la afición del Real Madrid solo valora ganar la Copa de Europa.
En mayo de 1992 puso fin a su etapa blanca tras marcar 208 goles en 282 partidos. Regresó a la Liga en la temporada 1993-1994 para anotar la nada desdeñable cifra de 17 goles con el Rayo Vallecano (uno de ellos en Copa), que no impidieron el descenso a Segunda de los vallecanos en una reñida promoción frente al Compostela decidida en un partido de desempate jugado en el viejo Carlos Tartiere de Oviedo.
El cromo que acompaña a este artículo es de la temporada 1990-1991, apareciendo en el mismo con la indumentaria de la temporada anterior, una práctica habitual en las colecciones de aquella época. La 1989-1990, con 31 años, fue su mejor campaña. Igualó el récord de goles de Zarra al marcar 38 goles en 35 partidos a un solo toque, obteniendo de esta manera el Trofeo Pichichi por quinta vez y la Bota de Oro. La marca duró 21 años hasta que un tal Cristiano Ronaldo la hizo saltar por los aires en la campaña 2010-2011 anotando 41 tantos.