21 de agosto de 2025
Autor:
Emilio Gracia
Siempre que pienso en Fernando Redondo lamento la mala suerte de los aficionados que no pudieron verle jugar en directo. Mediocentro puro era capaz de dominar el medio campo sin nadie a su lado. Lo del doble pivote era un invento que no iba con él. Poseía las tres cualidades más importantes para jugar al fútbol: un físico privilegiado, la técnica del potrero y una inteligencia innata tanto dentro como fuera de la cancha. Vamos, que era el yerno perfecto, el hermano deseado y el amigo que todo el mundo quería tener.
En el cromo de la temporada 1994-1995, la primera de sus seis campañas en el Real Madrid, aparece con la camiseta Kelme estrenada ese año, en una imagen tomada durante las semifinales del torneo Teresa Herrera jugado en agosto de 1994, controlando elegantemente un balón melena al viento, en una pose icónica.
Fernando Redondo fue un futbolista contracultural en muchos aspectos. En 1990 renunció a formar parte de la selección argentina que defendía título en el mundial de Italia alegando que el campeonato le impedía preparar los exámenes de la carrera de Derecho. Bilardo se tomó aquello como una afrenta y le puso una cruz.
Formado en la prestigiosa academia de Argentinos Juniors, firmó por el Tenerife en el verano de 1990 —suponemos que habiendo aprobado los exámenes—, rechazando ofertas de mejores equipos. Que su paisano Indio Solari, tío de Santiago, actual Director de Fútbol del Real Madrid, dirigiese a los isleños, influyó en su decisión, así como el hecho de buscar un equipo puente en el que aclimatarse al fútbol europeo para más tarde dar con plenas garantías el salto a un grande. Una decisión inteligente en una posición tan delicada como la de director de juego.
Su capacidad innata de liderazgo y calidad pronto llamaron la atención de los aficionados convirtiéndose en uno de los mejores centrocampistas de la Liga. La plasticidad de su juego y sus conducciones de balón entraban por los ojos. En abril de 1992, con el agua del descenso al cuello, llegó a las islas afortunadas Jorge Valdano, el técnico que elevó su juego a un nivel superior. Un año más tarde ganó con Argentina la Copa América de 1993 como medio centro titular. Redondo era ya un director de orquesta cotizadísimo, objeto de deseo de los conjuntos más poderosos de Europa.
El Real Madrid, necesitado de un jugador de su jerarquía, buscó sin fortuna su fichaje. Las telarañas en la tesorería por la ampliación del Bernabéu marcaron el inicio de los años 90. Sonó con fuerza para el Milan, el gran dominador del fútbol europeo en aquellos años. Finalmente, en 1994, y avalado por Jorge Valdano, Ramón Mendoza se lo trajo al Bernabéu, descartando así a Simeone, por el que había llegado a un acuerdo con el Sevilla. Sin la tozudez de Valdano es probable que Redondo hubiese acabado en Italia y Simeone en el Real Madrid.
De blanco ganó dos Ligas, dos Champions, una Supercopa de España y una Copa Intercontinental, siendo clave en el proceso de crecimiento del club y en la ascensión, 32 años después, a la cima de Europa. Para el recuerdo, dos clases magistrales en el Westfalenstadion de Dortmund camino de la Séptima, y en Old Trafford, camino de la Octava, con un taconazo en la banda para asistir a Raúl que es historia del fútbol. Su venta al Milan en el verano del 2000 fue traumática. Se iba uno de los mejores directores de juego de la historia del club.