18 de septiembre de 2025
Autor:
Emilio Gracia
Es extraño que ninguna plataforma de entretenimiento se haya puesto manos a la obra para hacer una serie o película sobre la vida de Ferenc Puskas. La trayectoria vital del húngaro, uno de los mejores jugadores de todos los tiempos, está trufada de ingredientes que ni el mejor guionista de Hollywood podría imaginar: niño prodigio del fútbol, goleador implacable, ídolo caído en desgracia, apátrida tras huir de su país y resurrección inesperada en el Real Madrid cuando con 31 años y treinta kilos de más nadie daba un duro por él.
De origen alemán su padre, también futbolista, cambió el apellido Purczfeld por el de Puskas, escopeta en magiar. El objetivo era pasar desapercibidos en una sociedad en la que el nacionalismo comenzaba a ganar peso. El nuevo apellido hizo justicia a su portador, pues la zurda de Puskas fue uno de los aparatos de precisión más temidos por las defensas rivales. En plena II Guerra Mundial y con tan solo 16 años debutó en el Kispest, luego rebautizado como Honved por las autoridades comunistas, cuyo ejército tomó el mando del club. El mismo ejército que nombró a Puskas coronel para enmascarar el tan denostado profesionalismo en el ámbito deportivo al otro lado del telón de acero.
Convertido en el personaje más relevante de la Hungría comunista acabada la guerra, capitaneó a una generación excepcional junto a Czibor, Kocsis, Bozsik e Hidegkuti. Juntos ganaron el oro olímpico en Helsinki 1952 y protagonizaron, el 25 de noviembre de 1953, el Partido del Siglo: la primera derrota en Wembley de la selección de Inglaterra ante un rival no británico con un torrente de fútbol y una demostración técnica que supuso un terremoto. Nada fue igual a partir de aquella tarde de otoño en la que 125.000 personas presenciaron en directo una de la mayores exhibiciones de la historia del deporte.
Al mundial de 1954 que acogía Suiza fue Hungría como indiscutible favorita. Nadie dudaba de su victoria. Llevaban 4 años invictos y el mundial debía ser la guinda del pastel para una generación excepcional.
En la primera fase golearon a Alemania por 8-3. El choque, al margen de la aplastante victoria, fue clave en el devenir del torneo pues Puskas fue cazado por el defensa alemán Liebrich en una entrada que le ocasionó una lesión en el pie izquierdo. El líder y capitán del bautizado como equipo de oro no volvería a jugar hasta la final que, precisamente, les enfrentaría de nuevo a los alemanes.
Puskas fue titular en medio de un mar de dudas. No estaba al cien por cien pero era el mejor jugador del mundo y debía jugar. A los 8 minutos, y siguiendo el guion previsto, ya ganaban los magiares por 2-0 con goles de Puskas y Czibor. Todo parecía encarrilado pero el amor propio de los germanos y la incesante lluvia que comenzó a caer sobre el estadio Wankdorf cambió el destino. A los 18 minutos el partido se igualó y la pesadez del terreno pasó a ser un aliado de Alemania.
Hungría no acertó con las múltiples ocasiones de las que gozaron en la segunda parte y el delantero Rahn no falló en el minuto 84 para lograr el tanto que valió el primer título mundial para la Mannschaft consumándose el conocido como Milagro de Berna. Con el triunfo Alemania comenzó a curar las heridas de la II Guerra Mundial mientras Hungría se adentraba en un peligroso abismo. Quién sabe lo que los libros de historia contarían de haber ganado Hungría aquel partido.
La inesperada derrota dejó a Puskas tocado moral y socialmente. De héroe pasó a villano para muchos aficionados. Por su querencia al sobrepeso se convirtió, de repente, en un gordo egoísta que había perjudicado a su selección por jugar la final lesionado. Hungría tomó la vía del aperturismo de la mano Imre Nagy y la URRS, temerosa de perder el control ideológico, aplastó la revuelta. En noviembre de 1956 el ejército rojo invadió el país. Los acontecimientos cogieron al Honved de gira por Europa y muchos jugadores no regresaron. La FIFA sancionó con dos años sin jugar a los huidos. Puskas se afincó en Italia viviendo de los ahorros logrados jugando partidos amistosos junto a sus compañeros, algunos de los cuales regresaron al país presionados por las autoridades comunistas. Puskas no cedió a las amenazas. Con 31 años y un sobrepeso galopante su carrera parecía cosa del pasado.
En 1958 Puskas recibió la llamada más inesperada de toda su vida. Santiago Bernabéu puso sus ojos en él para reforzar al mejor equipo del mundo ofreciéndole un contrato irrechazable. De la noche a la mañana pasó a ser un exjugador del fútbol de 31 años arruinado y fuera de forma tras dos años parados, a integrar la plantilla del mejor conjunto del planeta. Una estricta dieta para hacer frente a la báscula dio sus frutos. Las lógicas dudas sobre su fichaje se disiparon durante el primer partido de Liga que disputó en el que anotó tres goles al Sporting de Gijón.
Junto a Di Stéfano, Rial, Gento y Kopa formó una delantera legendaria. Sus números de blanco fueron excepcionales anotando 236 goles en 261 partidos que sirvieron para, en nueve temporadas, ganar 5 Ligas, 3 Copas de Europa, 1 Copa de España, y 1 Copa Intercontinental.
En mayo de 1960 el Real Madrid buscaba la Quinta Copa de Europa seguida ante el Eintracht de Frankfurt en Glasgow. Fue la obra cumbre del mejor equipo de todos los tiempos que barrió a los alemanes por 7-3 con 4 goles de Puskas y 3 de Di Stéfano. La exhibición fue de tal calibre que durante años la BBC emitió el partido el día de año nuevo como ejemplo de espectáculo futbolístico.
En nuestro país Puskas fue bautizado como Cañoncito Pum. Jugó el mundial de Chile 62 con España y se integró a la perfección en el equipo y la ciudad siendo el complemento ideal para Di Stéfano, con el que fraguó una gran amistad. La precisión de su técnica y un golpeo de balón perfecto suplieron sus carencias físicas. Logró cuatro veces el trofeo Pichichi y se ganó el cariño y respeto de todos los aficionados. En 1967, con 40 años, colgó las botas.
Como entrenador fue un trotamundos. Dirigió a Alavés, Murcia y Hércules en nuestro país. Su logro más destacado desde los banquillos fue llevar al Panathinaikos a la final de la Copa de Europa de la temporada 1970-1971 que perdió ante el Ajax de Johan Cruyff.
Puskas volvió a pisar Hungría en 1981, siendo recibido como la leyenda que era. Para la posteridad dejó una frase tan certera y directa como los disparos salidos de su prodigiosa pierna izquierda: «Amo al fútbol tanto como a la vida», sentenció en la serie documental el Partido del Siglo dirigida por Elías Querejeta en 1999.