13 de noviembre de 2025
Autor:
Emilio Gracia
A las nuevas generaciones les parecerá sorprendente pero hubo un tiempo en el que la selección española no acudía siempre a los mundiales. La sola posibilidad de ir a una Copa del Mundo era un acontecimiento que paralizaba todo el país alrededor de la televisión o de la radio. Con este motivo, el 30 de noviembre de 1977, la selección española vivió uno de sus partidos más emblemáticos, hoy en día poco recordado debido a los extraordinarios resultados de los últimos tiempos. Entre el mundial de Inglaterra 1966 y Argentina 78 España faltó a las fases finales de México 70 y Alemania 1974. La clasificación para el mundial argentino era, pues, cuestión de Estado. Un madridista y el lanzamiento de una botella iban a hacer que el partido pasase a la historia como la batalla de Belgrado. Esta semana, con motivo del parón de selecciones, recordados lo sucedido en Remontada Blanca.
Dieciséis selecciones iban a participar la Copa del Mundo de Argentina. España quedó encuadrada en el grupo 8 de clasificación de la zona europea junto a Rumanía y Yugoslavia. Solo se clasificaba para el mundial el campeón de cada uno de los nueve grupos. En la zona UEFA, por lo tanto, 31 selecciones se disputaron 9 plazas.

A falta de un partido y España y Yugoslavia se iban a jugar la clasificación para el Mundial en el Pequeño Maracaná de Belgrado. Había cuentas pendientes entre ambos equipos y la venganza deportiva flotaba en el ambiente. Cuatro años antes en una repesca jugada en el Estadio Waldstadion de Fráncfort, un gol en semifallo de Josip Katalinski en el minuto 13 permitió a los yugoslavos sellar el billete para el mundial de Alemania, todo un varapalo para el fútbol patrio.
Al equipo que entrenaba Ladislao Kubala le valía una derrota por la mínima para acudir al mundial, mientras que los locales estaban obligados a ganar por dos goles de diferencia para desplazar a España del primer puesto del grupo. La cuota madridista de aquel equipo estaba formada por el gato Miguel Ángel bajo palos; el capitán José Martínez Pirri —superviviente del equipo que disputó el mundial de Inglaterra 1966— en la defensa, junto a un joven José Antonio Camacho; en medio campo se alineaba el polivalente y siempre eficaz Isidoro San José, y en ataque ponía la fantasía Juan Gómez Juanito; Santillana esperaba aquel día su oportunidad desde el banco de suplentes.
Se declaró festivo en Belgrado y 95 000 almas abarrotaban las gradas del Pequeño Maracaná desde dos horas y media antes de que el colegiado inglés Burns decretase el inicio del partido, fijado para la extraña hora de las 13:30 de la tarde. España, en un día entre semana (miércoles), se paralizó a la hora de comer y, en muchos colegios, se llevaron televisiones y radios a las aulas para seguir el partido.
Hoy día sería imposible que se jugase un partido como aquel, con más faltas, agresiones y patadas que ocasiones de gol. Yugoslavia planteó un partido más digno de un combate de la UFC que de un duelo en buena lid. La primera consigna era sacar del partido a Pirri, al que los yugoslavos consideraban el jugador clave de la selección. No habían trascurrido ni dos segundos desde el saque inicial cuando Juanito recibió la primera entrada de Kustudic seguida de la primera trifulca: la cosa empezaba fuerte. A los tres minutos Pirri es derribado en falta por Susic. Kustudic, en el segundo intento por cazar al libre de la selección, hace diana en el minuto 8. La maltrecha pierna de Pirri, fruto de la dura entrada, dice basta a los 13 minutos, siendo sustituido por Olmo. Como era de esperar Yugoslavia salió con todo sin hacer prisioneros.

En el minuto 26 Kustudic remata de volea y Olmo, bajo palos, evita el primer tanto; la acción continuó, acabando con un remate al palo. España no se arrugaba y un minuto después Juanito cazó un balón despejado por Asensi, se zafó de su marcador y tiró ajustado, saliendo el balón a milímetros del poste izquierdo del arco balcánico. La jugada fue anulada por el colegiado inglés por una falta más que discutible. El terrible ambiente en Belgrado influía y mucho.
A falta de cinco minutos para el descanso Rubén Cano, en una jugada muy de su estilo, porfía un balón en el lado izquierdo del ataque y cede atrás para que Leal rematase con un potente disparo, despejando el peligro la defensa local en la ocasión más clara de los visitantes. Kubala, desde el banquillo, se desesperaba. A su lado, en una imagen que hoy sería impensable, se encontraba con un micrófono inalámbrico el periodista José María García, contando todo lo que pasaba en el corazón del equipo en tiempo real.
La necesidad de marcar pone en tensión a los locales, que deciden afilar los cuchillos en vez de jugar al fútbol. Ante la impotencia por no lograr el tanto que les metiese en el partido comienzan a cometer todo tipo de marrullerías en forma de tirones de pelo, puñetazos y agresiones con la connivencia del colegiado. España, pese a la hostilidad, va ganando confianza y se hace, entre patada y patada, con el control del partido, con una gran actuación de San José y el atlético Leal en medio campo. El reloj corría y Yugoslavia desperdició dos ocasiones claras cuando, en el minuto 71, España marcó uno de los goles más festejados de su historia.
Juanito, en tres cuartos de campo, mete un pase al hueco al bético Julio Cardeñosa, que aquel día debutaba junto a San José. Con gran precisión y sobre la línea de cal el fino centrocampista del Betis conecta un centro que con la espinilla derecha remata a la red Rubén Cano para asegurar la clasificación. Yugoslavia, a partir de ese momento y con todo perdido, convierte cada lance del juego en una tangana sin que ninguna de las numerosas agresiones cometidas por sus jugadores sea sancionada con tarjeta roja ante el asombro de la delegación española.

Cinco minutos después del gol Kubala mueve el banquillo y decreta la salida del campo de Juanito por el vasco Dani. El malagueño es abucheado y en un gesto hacia la grada baja el pulgar mientras Ángel Mur, que fuera masajista del F.C. Barcelona, le da una toalla y le baja el brazo. Camino al banquillo y en medio de la pista de atletismo que separa las gradas del terreno de juego, Juanito es alcanzado por una botella que se hace añicos sobre su cabeza.

El caos se apodera del banquillo español mientras el estadio termina de entrar en ebullición. Kubala está fuera de sí mientras Juanito, caído a plomo al suelo, recibe las primeras asistencias. El micrófono de José María García no se pierde nada y los suplentes piden explicaciones al árbitro. En medio de otra lluvia de objetos integrantes del banquillo como el bético Sebastián Alabanda, suplente aquel día, junto a varios periodistas que cubrían el partido a pie de campo, sacan del campo en camilla a un aturdido Juanito envuelto en una manta marrón. Es un milagro pero tan solo está conmocionado.
La selección aguantó el chaparrón final controlando el juego en la medida que las malas artes yugoslavas lo permitieron. El pitido final supuso el inicio de la fiesta, trasladada con prontitud al túnel de vestuarios. Doce años después España regresaba a un mundial por la puerta grande. En Argentina una polémica concentración en la finca La Martona y la derrota en el primer partido contra Austria torcieron las cosas. El no gol de Cardeñosa ante Brasil hizo inútil la victoria ante Suecia en la última jornada de la primera fase, quedando la selección eliminada a las primeras de cambio. Un mundial amargo cuya clasificación se celebró como un título.